Redescubriendo Madrid con Mr. Perales
02 septiembre 2010 at 8:50 pm Deja un comentario
El otro día quedé con un amigo intermitente.
¿Un qué? Llamo «amigos intermitentes» a esos que nos ves durante mucho tiempo pero luego quedas con ellos y te sientes como si eltiempo no hubiera pasado nunca. Os ponéis al día, habláis de vuestras cosa, qué ha hecho cada uno con su vida y de repente las tres horas que teniáis para estar juntos te han parecido minutos.
Pues ayer mismo por la tarde, al salir del trabajo quedé con llamémosle Mr. Perales en Alonso Martínez, en el bulevar. Cuando llegué, debían ser las seis y un minuto- era como si no hubiésemos cambiado nada. Hacía por lo menos 8 meses que no nos veíamos. Él había viajado y vivido fuera mientras yo seguía en Madrid, con mi vida.
Debo reconocer que cuando me dijo que si quedábamos en Alonso, me dio un poco de pereza. Alonso Martínez lo asocio a bares de salir cuando tienes 17 y 18 años. Sin embargo, Mr. Perales consiguió en un paseo turístico, por mi propia ciudad, atraer mi atención a cada paso.
– No recordaba yo esto así.- dije sorprendida al ver el nuevo bulevar.
– Ha cambiado mucho.Pero desde hace tiempo ya… ¿hace mucho que no vienes?- Contestó.
– ¿Mucho? Mmmm… no sé no sabría decirte, recuerdo que en invierno quedé a tomar una pizza en el Pizzaiolo…
(Nota el Pizzaiolo es un local pequeño y siempre a tope regentado por italianos que hacen unas pizzas que te trasladan a la mismísima Italia, si no habéis ido está en la calle hortaleza 84)
– Pues todo esto ha cambiado mucho, ya verás, vamos a dar una vuelta y tomamos algo.
Tras un pequeño paseo entramos en el Café de la Luz. Yo no conocía el local y me pareció tremendamente acogedor. Es un local donde sirven batidos, smoothies, cócteles y tés. Está decorado como si fuera de salón de una casa con sillitas, flores, sofás…
En la pared más cercana a la mesa en la que nos sentamos Mr. Perales y yo, la gente había escrito todo tipo de comentarios pues era de pizarra y se prestaba a dejar tu impronta.
Sobre la mesa había un pequeño jarrón naranja y unas flores naturales rosas.
El camarero se acercó y ambos pedimos.
– Un batido de melocotón y mango, por favor.
– Y para mí… un té verde.
El camarero se alejó y volvió con un pequeño recipiente con palomitas. Lo dejó sobre la mesa y se fué.
Yo seguía admirando el local y los miles de detalles que llamaban mi atención. Era realmente pintoresco y cálido a la vez.
Cuando nos trajeron las bebidas me sorprendió que el té verde lo trajesen en una tetera de diseño, como las de una casa, no la típica jarra metálica de barucho con la bolsa de té asomando.
– Este sitio me encanta.
– Sabía que te podría gustar. Por eso te te he traido. Y bueno, cuéntame, ¿qué has hecho estos meses?(…)
Nos pusimos al día, el uno al otro y nos contamos nuestros planes de futuro inmediato, a medio y largo plazo.
Con los amigos intermitentes esto es así. La próxima vez que quedemos nos diremos de todos los planes que describimos, cuáles se cumplieron.
Mi bebida, el batido de mango y melocotón, me gustaba muchísimo. Sabía a cada fruta por separado y la fusión era muy refrescante,lo cual era muy agradable si pensáis que en Madrid tenemos 38 grados estos días y es inaguantable.
Tras una charla y muchas bromas sobre los momentos que habíamos compartido desde los 18 años, quise pedir otra bebida. La mía hacía tiempo que se había acabado y las palomitas habían cumplido bien su función. Me entró sed de nuevo. Mr Perales, atento, llamó al camarero.
– Querría otro batido… Me gustan todos…mmm, ¡YA SÉ!, el de plátano y fresa…¿Estará rico?
El camarero pareció sorprenderse por mi pregunta. La verdad, es que a veces soy demasiado espontánea. El camarero debía decirme que sí. ¿Qué iba a contestar?
La naturalidad de la pregunta debió enternecerle y me dió una respuesta sincera.
– Sí, a mi me gusta mucho. Hoy además tenemos uno de frutas del bosque, ¿te gustan?. Elige el que quieras.
Ambos me seducían por igual. La fruta me encanta y los batidos más.
– Tomaré el de plátano y fresa, otro día pruebo el de frutas del bosque. Así vuelvo.-dije sonriendo.
El camarero memorizó mi batido y un nuevo té verde para Mr. Perales. Al poco tiempo volvió, con otra tetera más chula que la anterior y mi batido.
Seguimos hablando durante un buen rato. No sabría deciros cuánto.
Después de pagar, salimos a dar un paseo por la zona. Ciertamente había cambiado un montón.
Había nuevas tiendas, nuevos restaurantes, locales originales de productos creativos, negocios innovadores… Resultaba increible imaginarse una transformación tan grande en tan pocos años.
– Esto esta ahora mucho mejor. Me encantan todas las tiendecillas.
– Por lo visto un grupo de ricos se propusieron hacer de este barrio el nuevo Soho de Madrid. Empezaron poniendo cámaras de seguridad y las mujeres de moral distraída se fueron. Las calles se hicieron poco a poco luminosas, los locales cerrados se fueron comprando y surgieron nuevos negocios. Como todas estas tiendas, y muchas otras, que luego verás.
Entramos en varias tiendas. Tenían miles de artículos que yo misma podría haber diseñado. Artículos que podría haber mirado para comprar. Todos dispuestos de forma que no quisieras escatimar un segundo en mirarlos uno a uno.
La tienda era preciosa. Me estaba encantando. Pendientes, vinilos para las paredes, diademas, broches, tocados, fieltros, libros, discos…¡Tenía de todo! ( La tienda se llama Nest Boutique, está en la Plaza de S. Ildefonso 3, cerca del Metro Tribunal)
Mr. Perales me aconsejó que llevase mis diseños a las tiendas de la zona semanal o mensualmente. Le agradecí mucho su apoyo, pero temía no poder asumir el compromiso.
– Al hacer todo a mano mi ritmo es mucho más lento que el de muchas otras diseñadoras que cosen con máquina. Y yo además trabajo, aunque quisiera, sólo puedo producir en mi tiempo libre, y muchas veces lo necesito para salir o descansar…-dije.
– Ya entiendo ya, pero creo que podrías sacarle un mayor partido a lo que haces.
Paseamos un rato más y llegamos a miles de tiendas nuevas con escaparates dispares.
Fue un paseo super ameno. Disfruté muchísimo redescubriendo mi ciudad y por supuesto con la compañía de Mr. Perales.
Cuando estuve totalmente entusiasmada con todas las tiendas de la zona (tiendas zen, tiendas de jabones, tienda vintage…) mi amigo me llevó a ver las nuevas tiendas que habían puesto en la calle Fuencarral. La calle Fuencarral antes, era algo intransitable. Siempre ha estado llena de gente, pero digamos que no siempre de la misma.
Antes Adolfo Domínguez, Calvin Klein y Custo no hubieran puesto sus tiendas allí. Con 19 años solía ir al Mercado de Fuencarral a ver lo que había. Siempre era ropa peculiar, diferente… Había dos o tres tiendas que me gustaban e iba más por curiosear que por comprar. Durante un tiempo la calle la recorrí más de noche que de día y solía ver bastante rastafari con perro pulgoso, algunos punkis y muchísimos emos.
Ahora es una prolongación de la Gran Vía con un poco menos de bullicio y turisteo. Mucha gente va de compras por las mejores tiendas y siempre descubres algo que comprar. Como ya dije en otra ocasión, está la famosa tienda de corbatas SOLOIO, que es de las que tiene el escaparate más llamativo y ordenado.
Paseamos hasta llegar a Gran Vía, donde giramos y comentamos los edificios, las terrazas y curiosidades sobre las salas de exposiciones y teatros. Paramos en una pizzería que según Mr. Perales tenían unas pizzas y otros productos italianos riquísimos. Como ya debían ser las nueve y cuarto, decidimos comprar algo y seguir paseando mientras lo comíamos.
No soy yo amiga de comer mientras se anda, me da la sensación de personas poco «equilibradas» porque o no tienen tiempo para comer sentados o bien no han sabido esperar a llegar a casa…
Mi caso fue el segundo. Fuimos degustando yo una piadina de rúcula y queso y mi amigo una porción de pizza de carne. Estaban realmente buenas. El local era pequeño pero tenía mucho encanto. Me recordó a los puestecillos de Toronto.
Caminamos hasta la parada del autobús y Mr. Perales esperó hasta que el mío hubiera llegado para tomar el suyo. Un auténtico caballero que me enseñó lo bonita que seguía siendo mi ciudad. Luego llegué a casa escuchando en mis cascos «Por el bulevar de los sueños rotos…»
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